(16 2021) Leyenda de México. La extraña desaparición de los dos fogosos amantes llegó a oídos de las autoridades virreinales que comenzaron a investigar para aclarar el misterio. Los rumores que ya giraban alrededor de la casa ya que la gente decía que estaba maldita y que su interior espantaban. En la calle de los Mesones hay una vieja casa, cuya estructura causa temor a quienes, durante la noche, pasan frente a ella. En tiempos de la Colonia era conocida como la casa “de los hermanos malditos”. Ubicada en la calle Cinco de Febrero e Isabel la Católica. En el año 1611 la habitaron, por Florián Rivadeneyra y Lucinda Zavala.
Lucinda y Florián no era un matrimonio, más bien eran una pareja de borrascosos amantes. Sus desahogos amorosos causaban gran escándalo entre los habitantes de la colonia, quienes continuamente comentaban que la desvergüenza de aquellos amantes llenaba la calle de pecado. Ofendidos en su moral, deseaban que alguien castigase a aquellos dos seres, para impedir que siguieran con sus descaradas y eufóricas demostraciones de ese mal amor que afrentaba las buenas costumbres de los ciudadanos decentes.
Una madrugada mientras dos caballeros transitaban por aquella calle, se detuvieron frente a la casa al escuchar los gemidos y procaces gritos de Florián y Lucinda que resonaban, como todas las noches, a través de una ventana y que de cotidiano eran la ofensa de todas las personas que se preciaban en tener un alto sentido de la moralidad. Ambos caballeros opinaban que ya era tiempo de que la pareja fuera castigada, cuando de pronto, a lo lejos miraron que fray Dorantes, un fraile casticismo y entregado a su devoción, se estaba acercando a ellos para saludarlos, al tiempo que se escuchó una nueva oleada de eufóricas risas. Los caballeros preguntaron al fraile que si él no podría hacer algo para aquellos amante que vivían amancebados, fueran amedrentados por la leyes cristianas; el fraile contestó que nada podía hacerse, pero que existía una justicia divina que tarde o temprano alcanzaría a esos dos perversos pecadores.
Dentro de aquella casa los días y las noches eran de continuo amor y francachelas, de risas y cantos. Se bebía vino y se hacía el amor en exceso. Era tanta la pasión, tan desbocado ese cariño, que hasta los sirvientes que llegaron a sorprender a Florián y Lucinda, retrocedían espantados y se escondían tras las grandes cortinas de terciopelo rojo que cubrían las altas ventanas y puertas.
Y lo que fuera escándalo y asombro para los moradores de la colonia, un día se convirtió en gran incertidumbre ya que de pronto, noche a noche la casa permaneció en silencio como si nadie la habitara, hasta que semanas después se escucharon unos espantosos gritos que hicieron salir a los vecinos. Vieron a un hombre en el balcón de la casa gritando:- ¡No!, ¡noo!, ¡por favor amada mía!, ¡noooo, voy hacía ti! ¡voy hacía ti!
Aquellas personas fueron las últimas en ver a Florián Rivadeneyra. Se cuenta que después de este acontecimiento, la casona permaneció en silencio rodeada de sombras. El único vestigio de vida lo daba un criado que durante algún tiempo salió por las noche a encender la luz de un farol, pero un día, al igual que la demás servidumbre, también la abandonó. El criado se perdió entre las calle de la capital de la Nueva España sin que nadie lo hubiera podido interrogar. Pero cuenta la leyenda que aquel criado fue a la casa del licenciado don Miguel Osorno y Huicochea, apoderado, al parecer, de Florián Rivadeneyra; le entregó las llaves de la vieja casona y un sobre cerrado.
La extraña desaparición de los fogosos amantes llegó a oídos de las autoridades virreinales que comenzaron a investigar para aclarar el misterioso acontecimiento.
Hicieron llamar al licenciado don Miguel Osornio y Huicochea quien en su declaración expuso:-Solo puedo decirles que supongo que los dueños de la casa están en el Perú, ya que de acuerdo a las instrucciones escritas que me entregó el criado del caballero Rivadeneyra, envié allá el dinero fruto de la venta de sus bienes y en cuanto la casa sea vendida, de igual forma enviaré el dinero.
La autoridad principal del juzgado virreinal le preguntó si acaso estaba enterado de los rumores que giraban alrededor de la casa ya que la gente decía que estaba maldita y que en su interior espantaban. El licenciado Osorno contestó que solo eran rumores. El señor oidor repuso que desde hacía tiempo la justicia debió haberse encargado de castigar a esos perversos amantes; sus amores pecadores insultaban Dios y a la gente decente. Agregó que posiblemente habían sido asesinados, ya que por las noches se escuchaban gritos ruidos extraños. Así pues la autoridad le pidió al licenciado Osornio, que entregara las llaves de la casa para llevar a cabo una investigación del caso.
Cuando los alguaciles fueron a la casona de los amantes no encontraron ninguna huella de violencia. Así transcurrió el tiempo y la casona tampoco pudo ser vendida, pero los rumores acerca de los fantasmas que la habitaban, siguieron en aumento.
Posteriormente, en el mes de Abril de 1614, a la Nueva España llegaron el viejo hidalgo don Cosme Jiménez Catalán y sus dos hijos Cosme y Cecilia; se hospedaron en una posada que existió por las calles de Balvanera, donde fueron visitados por su amigo don Pedro de Alcántara. La intención del viejo Cosme, era casar a sus hijos con gente importante de la Nueva España. Pedro de Alcántara comentó que no le sería difícil encontrar buenos partidos para sus hijos ya que ambos provenían de muy buena cuna. Posteriormente don Pedro preguntó a don Cosme que le habían informado que estaba interesado en comprar la casa de Mesones. Don Cosme contestó que ya la había comprado.
Pero…. ¡como! ¿no sabe usted que se dice que está habitada por dos espíritus en pena?, ¿acaso no cree en la existencia de seres malignos? Don Cosme contestó que él solo creía en Dios, que era cristiano al igual que sus hijos y que ninguno de los tres eran supersticiosos. Don Pedro insistió en la existencia de tales seres, pero don Cosme no le creyó.
Don Cosme y sus hijos ocuparon la casona
El 19 de Septiembre de ese año, Don Cosme Catalán y sus dos hijos ocuparon la vieja casona. Cuando Cecilia y Cosme estuvieron instalados en sus respectivas recámaras, cada uno de ellos sintió una extraña sensación. El cuerpo de Cecilia se estremeció con un desagradable escalofrío.—¡Dios mío!, -pensó-, de pronto he sentido un raro presentimiento, ¡no se!, quizá…., sí eso debe de ser…, seguramente esta casa ha estado tanto tiempo deshabitada que….o, posiblemente hay corrientes de aire. Por su parte, Cosme también experimentó una sensación a la par de extraña.-¡Que frio me ha dado de repente! Exclamó ¡qué corriente de aire tan helada se me ha pegado al cuerpo! Ha de ser la humedad guardada en esta habitación durante tantos años. Nadie supo lo que sucedió, pero dice la leyenda que en estos momentos, los espíritus errabundos de Florián y Lucinda, hicieron contacto con los cueros de los dos hermanos.
Y en efecto así sucedió, ya que aquellos espíritus malditos y condenados a vagar por la casona, encontraron en Cosme y Cecilia los cuerpos físicos que necesitaban para materializarse.
Durante las siguientes dos semanas no sucedió nada al contrario, don Cosme estaba muy entusiasmado con los preparativos de la fiesta, donde presentaría a sus hijos ante personas importantes de a alta sociedad de la Nueva España.
Los espíritus malditos ya tenían cuerpos físicos
Pero esa misma noche, mientras don Cosme bebía su acostumbrada copa de vino caliente creyó escuchar voces en la planta baja y alumbrándose con una vela bajó las escaleras para reprender a sus hijos por el escándalo que estaban provocando, pero cuando llegó a la estancia se quedó mudo, estupefacto. ¡Ahí estaban sus dos hijos besándose y riendo como lujuriosos amantes! Cecilia decía entre risas:
-¡Bésame, Florián, no te detengas! Y Cosme a su vez decía:- Lucinda mía, tu risa me incita al amor, te amo.
Don Cosme alarmado e incrédulo, fuera de sí, gritó desesperado que en nombre de Dios se detuvieran y les pidió una explicación para aquella irregular conducta. Los hermanos enmudecieron y quedaron inmóviles en el preciso instante en que fueron sorprendidos por su padre. Ella perdió el conocimiento y Cosme se desvaneció sobre un sillón. Entonces don Cosme se acercó a su hija para reanimarla al momento que Cosme volvió en sí sin poder entender lo que había sucedido. Cuando vio a su hermana desmayada, consternado preguntó a su padre que sucedía con Cecilia. El abatido padre respondió, que en nombre del cielo le gustaría saberlo. En ese instante Cecilia volvió en sí, sin tampoco entender. Entonces don Cosme, les pidió que fueran a sus habitaciones a rezar.
Don Cosme los mandó a rezar
A la noche siguiente, Don Cosme nuevamente comenzó a escuchar risas y frases amorosas inadecuadas, pero esta vez acompañadas de música. La sorpresa del anciano no tuvo límite, ya que de antemano sabía que Cosme, su hijo, nunca aprendió a tocar la guitarra. Entonces se dirigió a la estancia y descubrió que sus hijos estaban abrazados incestuosamente al tiempo que decían:-¡Bésame Florián!- -¡Te amo Lucinda!
Y no cesaban de reír desbordando lasciva. Una vez más Don Cosme exclamó horrorizado.
¡En nombre de Dios sepárense!
Y cuando se acercó a ellos, nuevamente se desmayaron. Al despertar no recordaron nada de lo sucedido.
Noche tras noche se repetía la misma escena, los hermanos aprovechaban el sueño de su padre y se dedicaban a experimentar el placer de su incestuoso amor desenfrenado que los criados también tuvieron la oportunidad de contemplar. La indiscreción de los sirvientes hizo que aquel pecado transcendiera en la colonia y fuera comentado por sus moradores. Nuevamente como antaño, las personas que pasaban frente a la casa apresuraban su caminar para evitar permanecer mucho tiempo cerca de la casa maldita.
Don Cosme desesperado, solicitó la ayuda del santo varón, Fray Baltazar de Rebollo para que juntos desentrañan el motivo del ignominioso pecado que estaban cometiendo sus amados hijos, Fray Baltazar después de escuchar el relato del preocupado padre, le explicó que todo cuanto estaba ocurriendo en su casa se debía que sus hijos habían sido poseídos por los espíritus errantes y malditos de dos amantes borrascosos que vivieron en esa casa y cuyos descarados amores alarmaron a Dios y a los habitantes de la Nueva España. Se llamaban Florián y Lucinda. Don Cosme exaltado se dio cuenta que eran los mismos nombres que adoptaban sus hijos por las noches. Fray Baltazar le dijo que sólo existía una solución para terminar de un vez con la demoníaca posesión ¡Uno de ellos de sus dos hijos debería morir!
Don Cosme estaba convencido de que el único medio para terminar con aquella situación, era dar muerte a su propia hija; salió del convento rumbo a su casa pensando en las palabras del freile. Y esa misma noche mientras sus hijos una vez más poseídos por aquellos espíritus perversos, Don Cosme se escondió tras una cortina portando en sus manos un arco tensado y listo para disparar una flecha. Con toda la amargura que puede sentir un padre no tuvo más remedio que disparar aquella flecha que dio directo en el corazón de Cecilia. Se escucho un gemido interminable y Cecilia cayó al suelo. Cosme, poseído aún por el espíritu maligno gritó de dolor: ¡No, noooo…! ¡Lucinda mía! ¡No, tu no!
Cuenta la leyenda, que Cosme alzó en brazos a la muerta y que con la vista perdida en lo infinito buscó la puerta; bajó a los sótanos de la casona, seguido por Don Cosme, Fray Rebollo y dos representantes de la ley que le vieron detenerse en un rincón del sótano cn la inerte carga en sus brazos. Dejó a Cecilia sobre las baldosas y exclamó:
¡Amor mío!, aquí reposarás hasta que pueda seguirte para amarnos en la eternidad.
En ese momento don Cosme se dirigió a su hijo y lo detuvo para que fray Rebollo hiciera el conjuro que rompería la maldición:-¡Espíritus del mal, yo los invoco para que se alejen de este lugar!
Dicen, los documentos del santo oficio, que el diabólico sortilegio se quebró en mil pedazos, al tiempo en que Cosme quedó liberado y vio a su hermana muerta. Don Cosme lo abrazó, intentó consolarlo y le suplicó que por el momento no le pidiera explicaciones.
Tan pront como don Cosme logró sacar a su hijo del sótano, los hombre comenzaron a excavar en el lugar que fray Baltazar les indicó. Ahí encontraron los cuerpos mortales cuyos espíritus malignos habitaban en la vieja casona. Fray Rebollo se hincó ante la fosa e hizo otro conjuro para deshacer el abrazo maldito que los mantuvo juntos por tanto tiempo y en nombre de Dios dijo: -Ahora que están separados, sus almas podrán comparecer ante el Supremo Creador para ser juzgados ¡Amen!.
En ese momento se escucharon larguísimos y dolientes lamentos
Don Cosme y su hijo abandonaron aquella lóbrega casona y regresaron a España. Nunca se supo quién asesinó a la pareja Florián y Lucinda, ni tampoco quien los sepultó abrazados. ¿Acaso el licenciado Osornio y Hicochea fue quien los privó de la vida?
Los documentos de la investigación mencionan que el abogado era la única persona que hubiera podido explicarlo, pero que desgraciadamente desapareció envuelto en el misterio, el cual que no pudo ser resuelto.
Fragmento del Texto: LEYENDAS y tradiciones DE LA COLONIA.
Autor: Elsy Alonzo
Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.
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