Primero don, después doña: Leyenda Colonial

(15 2016) Leyenda de México. Esto pasó en la Plaza Mayor en el Palacio Virreinal, hoy Palacio Nacional. 1564, Don Melchor Bermúdez de Castro tenía galanura, su andar era arrogante, el tipo desprendía elegancia en su persona, siempre pregonaba su alcurnia, un caballero de veinte años, blanco de rostro y manos alargadas, con delicadeza las bajaba y subía en ademanes lentos, su boca era chica sin asomo de barba y bigote.

Risos alborotados en su cabeza, se paseaba en las principales calles con ropas finas y elegantes de cuello almidonado, con sombrero de cintillas con un andar garboso; larga cadena de oro con medallón lleno de piedras preciosas, daga y espada dorada todo hecho un resplandor.

Apariencia juvenil

Don Melchor Bermudez de Castro trajo magnificas cartas de representación a “don García Sarmiento de Sotomayor conde de Salvatierra y Marqués de Sobroso”, una de esas cartas era del mismo conde- duque de Olivares por esta razón su Exelencia benefició a don Melchor  y lo proclamó capitán de su guardia personal y ahí estaban los jóvenes más  encumbrados de la ciudad.

Este joven ya con el uniforme peculiar de los guardias de corps (Francia) tenía todos los ojos de las muchachas en él. Se veía más acicalado y rozagante que sus compañeros. Particularmente el Virrey le tenía aprecio, siempre preferencia, le hacía constantes favores especiales y grandes.

La gente rica y noble le abrieron  las puertas de sus mansiones

Señores de alto porte con grandes  casas palaciales amuebladas  con lujo, todos querían honrarse con don Melchor que fuese invitado constante, le rogaban que asistiera a sus comidas de largos manteles, reuniones, paseos de la huerta, días de campo, para disfrutar de su compañía y conversación que era muy entretenida y culta.

Todo México traía a don Melchor en palmas y sobre sus ojos las muchachas casaderas, no había chamaca que no se derritiera por él. Con esos ojos azules de lánguido mirar las apasionaba más.

Los otros mozos elegantes le tenían envidia por la simpatía que tenía con las doncellas más hermosas,  que ya a ellos ya no les hacían ningún caso, le tenían claro aborrecimiento a Don Melchor, varias muchachas se desamoraron de sus prometidos para estar libre para pescarlo. Tuvo grandes enemistades el guardia de corps los jóvenes le tenían muchos  celos. En otro lado.

Un mozo elegante vividor

Cristóbal Doria se inclinaba con Aldonza Matienzo para el matrimonio,  esta tenía buenas haciendas, casas y minas en gran bonanza, su padrino que era su tutor le manejaba todas aquellas riquezas con honradez, le acrecentaba sus bienes, sus prospera fortuna atraía a muchos galanes.

Además de su belleza era un atractivo para los jóvenes, con mucho oro y plata la veían más bonita; le paseaban la calle, le echaban ojo a su ventana, le llevaban música, con regalos la halagaban. De estos sobresalía Cristóbal Doria, elegante joven de buena cuna, ninguno como él de fino, obsequioso con Aldonza Matienzo.

No era amor lo que sentía por ella, era fingimiento de pasión, su padre estaba arruinado tenía mucha vanidad como deudas, necesitado pero siempre hacía apariciones pomposas,  el empobrecido caballero tenía demasiados humos.

Discutió con su hijo y lo obligó que enamorara a la bella Aldonza así ya casado con ella pagaría todas sus deudas,  con esa boda de ventaja sus bienes serían reales, asentaría su presunción vería a todos, con menos precio como seres viles.

Si no hay din no hay don

Le estaba saliendo de perlas el asunto a Cristóbal, presuntuoso como su padre – de tal palo tal astilla-. Solo buscaba el “sí” para rehacer su fortuna.

Aldonza fue a una fiesta de palacio por la llegada del rey don Felipe y ahí conoció al “guapísimo don Melchor Bemúdez de Castro” y quedó maravillada de su personalidad magnifica, un rostro más bello no había visto en un hombre. Salieron a platicar en los corredores de la casa Real, en los jardines,  sus palabras y risas surtieron efecto, una gran simpatía los acercó.

Al poco tiempo un amor los unió, se les veía en todos lados juntos en el Coliseo, caminaban en la Alameda, en misa,  siempre uno estaba junto al otro, en las casas que habían fiestas, iban juntos no se separaban, se les oía decir palabras de amor, a Cristóbal lo mandaron al diablo, estaba fuera de sí, frenético de ira, su padre furioso.

Aldonza le pidió a su enamorado que fije fecha para el casorio don Melchor feliz,  le dijo; dentro de seis meses, esperamos que mi padre y dos hermanos lleguen de España. Después puso otra fecha más lejana, dijo; recibí carta, que mi padre, está en Alemania en negocios diplomáticos de la Corona, por que el rey Felipe le tenía mucha estima. Aldonza extrañaba eso de alargar el tiempo para la boda.

Aldonza se resignó a esperar a la familia de España

Ella lo quería mucho y seguían mostrándose amor, uno apetecía la presencia corporal del otro, se llenaban de obsequios y felicidad continua.

Una tarde bajaba por la escalera del palacio Virreinal don Melchor, se dirigía a un asunto de trabajo y vio al tronado Cristóbal, sentado esperando a un procurador, para retrasar un remate de su casa, la hipoteca ya estaba vencida.

Don Cristóbal no se aguantó empezó a insultarlo y el otro que no estaba mudo le contestó improperios,  desenfundó  la espada y Cristóbal  tiró a matar,  entró por la clavícula del guardia rodó por las escaleras, cayó a tierra soltando mucha sangre, la  cabeza se le abrió, parecía que se le salía toda la sangre de sus venas.

En el patio principal siempre había gente, no faltó quienes agarraron a Cristóbal que intentó  huir, lo llevaron a la Cárcel de Corte y fue huésped de un calabozo.

Otras personas levantaron al herido don Melchor,  con el alboroto que se armó un gentil hombre, que era de los de casa,  dispuso que lo llevaran a su habitación con mucho cuidado, todos preocupados por su vida, se enteró el Virrey y mando a su paje a buscar a su médico de cámara para atender a don Melchor Bermúdez de Castro el principal de sus guardias.

Su Excelencia era su “fans”

Por su simpatía y por las cartas que trajo de España, por lo que fuera, siempre le dio distinciones honrosas. Cuando el gentil hombre entró a su cuarto Don Melchor estaba desmayado, tendrían que curar sus heridas estas eran fuentes de sangre cortaron su ropa, trajeron al capellán de palacio con el fin de darle los santos oleos.

El gentil hombre salió del cuarto corriendo, a decirle al Virrey lo que había visto, en el acto se presentó el conde de Salvatierra para cerciorarse de aquello que le “había dicho su secretario  y su familia”, apenas pudo creer lo que estaba viendo admirado, como todos los de ahí presentes.

No era don Melchor era Doña Melchora

Era una maravilla que asombraba. Su Excelencia salió, pensativo, se preguntaba en su interior si era posible lo que acababa de ver, se lo habían dicho, pero pensó que era un embuste, un error, una apariencia falsa, ya no era don Melchor era doña Melchora, no había duda que era mujer el guardia gallardo.

El chisme corrió por la ciudad, los muchachos desdeñados hicieron de este suceso algo muy divertido, se reían, se daban las grandes carcajadas, el cuerpo se les doblaba por las risotadas.

Las damas enamoradas por aquel hombre guapísimo, unas lloraban de despecho, otras estaban furiosas, más se encabronaban,  cuando sus despreciados exnovios cuando las veían se reían de ellas.

Al poco tiempo dejó la cama la bellísima doña Melchora, le cerró pronto la herida de la estocada. Descolorida y el brazo colgado en cabestrillo la dama fue a ver al Virrey. Se encerraron y hablaron más de tres horas, nadie supo de lo que hablaron.

Si algunos galanes la hubiesen visto, hubiera sucedido lo contrario

Una noche doña Melchora tomó su carruaje y se fue a Veracruz de ahí se iba en barco hacía España. Salió de México con traje femenino así lo ordenó el Virrey, iba muy altiva con un vestido muy elegante. Contaron los que la vieron que tenía una lujosa indumentaria aseguraban que si algunos galanes de la ciudad la hubiesen visto, aquel garbo majestuoso señorío, hubiera sucedido lo contrario, los muchachos abandonarían a sus novias por el amor de esa belleza.

Doña Aldonza Matienso amaba en verdad a su prometido, se fue al convento se hizo monja llegó a ser abadesa dirigiendo con prudencia y amor.                    

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

  1. www.excelsior.com.mx

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