Ahorcaron a un difunto: Leyenda Colonial

(13 sep 2021) Leyenda de México. El 7 de Marzo de 1647 los vecinos de la Nueva España que transitaban por las calles delante de las Casas Arzobispales, como a las nueve horas de la mañana, veían admirados un evento muy frecuente en aquella época. Foto de internet.

En una mula iba el cadáver de un portugués y al son de trompeta y voz de pregonero, se hacía público los delitos que había cometido en vida.

 Este hombre que había quedado en la enfermería a excusas de que se sentía enfermo, y que se hallaba allí preso por haber asesinado a un alguacil del pueblo de Iztapalapa, se bajó a la secretas y se ahorcó. Aquí el pregonero, tomó aliento y continuo.- Se pidió licencia al Arzobispado para ejecutar en él la pena capital a que había sido condenado por el homicidio del alguacil. Pues si ese permiso no se le podía ejecutar, por ser hoy día domingo (el preso ya estaba muerto). Concedió el permiso la autoridad eclesiástica; y la justicia ordena que hoy domingo sea ahorcado el difunto en la Plaza Mayor para que sirva de escarmiento y ejemplo. (No podían esperar otro día por que el cuerpo iba estar apestoso)

Poco a poco el número de los vecinos curiosos que seguían al cadáver, creció mucho, (siempre ahorcaban a vivos no a muertos). 

El difunto tenía que cumplir su sentencia

Después del paseo por las calles, la comitiva y el cuerpo inanimado hizo un alto en la Plaza Mayor, y al difunto lo ahorcaron frente al Real Palacio. Lo dejaron colgado al cadáver muchas horas. En la mañana de aquel día se levantó un aire tempestuoso, ( se cuenta, que era el espíritu del ahorcado) y mucho polvo, era tal viento, que desprendía los tejados, levantaba los mantos , las capas de los hombres, arrebataba sombreros, ropas tendidas en las azoteas; que cerraban y abrían las puertas y ventanas; que hacía volar las sombras de petates de los puestos de la Plaza, que silbaba a veces iracundo y a veces quejumbroso; que en fin, era tan fuerte el aire que había instantes en que se tocaban solas y lúgubremente las campanas de las torres de los templos y de los monasterios. Todos los vecinos espantados atribuyeron el huracán, al crimen perpetrado por el portugués en el alguacil de Iztapalapa y en su propia persona.

Y cómo era día Domingo, los muchachos de la ciudad oyendo lo que se contaba en sus casas, creyeron que el portugués suicida era el mismo demonio; fueron gritando y pregonando por las calles hasta llegar a la Plaza Mayor. Le hacían cruces al cadáver del ahorcado, diciendo que era el diablo y que por él rugía el viento y rabiaba el polvo en furiosos remolinos. Le estuvieron apedreando por gran rato, hasta que lo bajaron los ministros de la Justicia el cuerpo de aquel desgraciado portugués lo condujeron a la albarrada de San Lázaro, donde lo arrojaron en las aguas podridas de los lagos.

Cuanta la leyenda que desde entonces cada viento o remolino lleva consigo el alma de aquel suicida, que al no tener santa sepultura seguirá vagando por la eternidad como penitencia. 

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

  1. revistachcdmx.com

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