La Carrera de Igor Ivanov

(19 2021) Mitos y leyendas de Rusia. Vivía una vez en Rusia un granjero rico que tenía tres hijos. El mayor era tan listo como su padre. El segundo también tenía una buena cabeza sobre los hombros. Pero el menor, Igor, era probablemente el joven más tonto que haya existido.185

El padre creía que había un lugar para cada cual en este mundo, así que construyó en su granja un aposento distinto para cada uno de sus hijos. Todo marchaba bien, pero después de que murió las cosas fueron diferentes. Sus hijos no podían ponerse de acuerdo en nada. Algo tenía que hacerse. Fue el hijo listo quien decidió lo que harían.

-Hermanos míos- dijo, ya que soy el mayor de los Ivanovs, la granja me pertenece. Pero los animales son de los tres. He aquí la forma en que los dividiremos.

Su plan era sencillo. Pondrían a todos los animales en el patio de la granja y abrirían las tres puertas del patio. Entonces los hermanos se pondrían a brincar, a gritar y a silbar. Los espantados animales huirían hacía fuera. Entonces cada hermano capturaría a todos los que salieran por la puerta que le correspondía.

Así se hizo… pero los dos hermanos mayores procuraron que la puerta más pequeña le tocara a Igor. Era una estrecha salida para personas, y la mayoría de los animales ni siquiera la advirtió. Todo lo que Igor recibió fue un joven toro. Se sintió muy triste cuando vio los finos animales de sus hermanos.

-Vean- dijo Igor- ambos tienen muchos caballos, vacas, ovejas y cerdos. ¿Cómo puedo ser granjero con sólo este toro?

-¡Ah, tienes suerte!- respondió el hermano mediano-. Ahora nada te obliga ser granjero. Puedes recorrer el mundo. Puedes ser cualquier cosa quieras ser. – Te espera una gran carrera, Igor- agregó el hermano listo-. ¡Ay! Nosotros tenemos que quedarnos a cargo de la granja.

Ese mismo día Igor ató una soga al cuello de su novillo y emprendió la marcha en busca de su gran carrera. Pronto empezó a oscurecer. Igor amarró su animal a un arbolillo y se acomodó en una cama de suave pasto. Se acostó cómodamente y comenzó a comer uno de los emparedados que le habían dado sus hermanos. Pero el emparedado cayó al suelo antes de que Igor comiera la mitad, pues se quedó dormido.

A la mañana siguiente Igor no pudo encontrar al novillo. Lo único que había junto a él era un agujero en el lugar donde estuvo el árbol, que el fuerte animal había arrancado de raíz. En el fondo del hoyo vio una gran bolsa de piel. Igor brincó, abrió la bolsa y miró: estaba llena de centenares de monedas de oro.

Igor nunca había visto tanto oro. ¿De donde había llegado? ¿Serían ladrones los que habían enterrado allí? ¿Qué podía hacer él con todo ese dinero? Se sentó sobre la bolsa y se comió otro emparedado. El dinero le hizo pensar en gente rica. Y pensar en gente rica le hizo pensar en el rey, que era el más rico de todos.

-¡Ya se!- dijo inspiradamente. Llevaré este dinero al rey

Así que Igor cargó el saco de oro sobre su hombro y emprendió la marcha hacía el palacio del rey. No tenía idea de dónde estaba, pero sabía que un camino tiene dos direcciones. Del lado donde él venía no estaba el palacio del rey así que solo quedaba una sola dirección por donde ir. Pronto Igor llegó a un cruce de caminos. No sabía cual de ellos tomar. Mientras estaba allí rascándose la cabeza pasó un viejo sobre un burro. El viejo se dejaba llevar mientras mantenía la nariz hundida en un libro. Su largo cabello era blanco como la nieve. -Aquí tenemos a un hombre de gran sabiduría- se dijo Igor-. Luego inquirió en voz alta- buen hombre, no soy sabio ni conozco los caminos del mundo. Dígame, ¿cómo puedo llegar al palacio del rey?

El viejo caballero levantó la vista del libro y acaricio su larga y blanca barba.

-¿No ves todas las señales que están allá?- preguntó.

-Si, las veo- respondió Igor mirando hacía un poste lleno de letreros y flechas que apuntaban hacía varias direcciones.

-Entonces ¿por qué me preguntas a mí?- dijo el hombre sabio. -¡Ay!- respondió Igor-. Puedo ver las señales muy bien, pero no sé leerlas. El viejo dijo a Igor que ese era el deber de los sabios: guiar a los tontos.- También yo voy a ver al rey- agregó- Solo tienes que agarrarle la cola a mi burro y no te perderás. Así que Igor fue siguiendo las huellas del burro. No pasó mucho tiempo cuando llegaron a un ancho rio.

-Tendremos que esperar el transbordador para que nos atraviese- el dijo el hombre sabio. Pero ven, solo un tonto pierde su tiempo. Te enseñaré las letras mientras tanto. Cuando sepas el alfabeto podrás leer.

Igor dijo que no tenía tiempo para aprender a leer. Había otras cosas que mirar aparte de los libros. Jamás había visto un río tan ancho, ni un transbordador como el que lentamente se acercaba a ellos. Era una chalana o balsa que se movía sin remos ni velas, pues un barquero tiraba de ella con una gruesa maroma que atravesaba el río desde una orilla a otra. Cuando la chalana llegó, había más pasajeros que se habían unido a Igor y al hombre sabio. El joven notó que daban dinero al barquero para subir al transbordador, así que abrió la bolsa de piel y puso en la mano del hombre una moneda de oro. Los ojos del barquero se abrieron de asombro; todoel dinero que había adquirido durante el día no valía lo que esa única moneda de oro.

Hacía mucho calor, así que Igor decidió nadar un poco. Se quitó los zapatos, los calcetines, la camisa y se echó de cabeza al agua. Mientras nadaba en círculos alrededor de la lenta chalana, los pasajeros abrieron la bolsa, colmaron sus bolsillos con el oro de Igor y luego, para que no se percatara de que la bolsa estaba vacia, la llenaron con todas las cosas que llevaban en sus bolsillos.

El hombre sabio levantó la vista del libro, vio lo que la gente estaba haciendo y meneo la cabeza tristemente.

-Un tonto y su dinero no duran mucho juntos- recordó. Cuando la chalana estaba cerca de la otra orilla Igor subió de nuevo a bordo.

-Es un caluroso día- dijo el hombre sabio- deberías nadar un poco también. -No- contestó éste sin levantar la vista del libro. Nunca he tenido tiempo para aprender a nadar.

En ese momento el barquero lanzó un grito de alarma: la cuerda se había roto. El transbordador empezó a girar en círculos. Siguió flotando río abajo y de pronto chocó contra una piedra, partiéndose en dos. Igor alzó su bola y saltó al agua, nadando hacia la orilla con los otros pasajeros. Cuando estuvieron a salvo en tierra miraron a ver si faltaba alguien. Solo el hombre sabio no estaba con ellos.

Igor se sintió muy triste, pues el viejo le había simpatizado, pero le pareció curioso que los demás pasajeros estuvieran tan alegres. Igor se preguntó que causaría su contento. La mayoría de ellos afirmaba que iban a ver al rey para pedirle dinero.

Mas o menos a media mañana llegaron al palacio. El rey no estaba de buen humor. Uno tras otro los viajeros exponían ante él sus largas y tristes historias. Y a uno tras otro el rey les negaba el dinero que pedían.

El rey se sorprendió mucho cuando Igor contó su historia

Allí había alguien que no llegaba para pedir dinero al gobierno. Al contrario, había llegado a dar oro al rey.

-Mi buen hombre- dijo el rey-, hay una ley que dice que todo el dinero encontrado en este reino me pertenece. Pero tú has sido la primera persona que la ha obedecido. ¿Cuánto oro tiene?

Igor no pudo contestar. Se apoyó en un pie, luego en el otro. Finalmente sonrió al rey y vació su bolsa en el suelo frente al trono.  

Igor esperaba que el sonriese, pero no que gritara de ira. Y eso fue lo que el rey hizo. Al principio Igor no supo que era lo que estaba mal. Luego bajó la vista y vio únicamente un montón de viejas cosas de bolsillos, navajas, clavos torcidos, peines destentados y otros muchos desechos.

-¡Pensé que era oro!- gritó Igor.

Rápidamente los sirvientes del rey le apresaron por los brazos. Le dieron una paliza y lo echaron del palacio.

-No tengo conocimiento de los modales del mundo- dijo Igor a los sirvientes-¿ Que debí haber dicho al rey?

-Debiste haberle dicho que todo fue un error y que le pedías una disculpa por haberle causado una perdida de tiempo- le contestaron.

Una perdida de tiempo… a Igor le gustó cómo sonaban las palabras. Se las fue repitiendo mientras iba por el camino, al alejarse del palacio. Pero se encontró con un granjero que estaba de pie recargado en un azadón. El hombre estaba cansado, pues acababa apenas de plantar todo un campo con semillas de col.

Igor se detuvo y miro el campo

-Una perdida de tiempo- dijo al granjero-. Una perdida de tiempo.

El granjero levantó el mango del azadón y lo descargó con un golpe sordo sobre la cabeza de Igor. Este cayó al suelo como un costal de papas.

-No tengo conocimiento de los modales del mundo – explicó Igor levantando la vista-. Dime, ¿que debí haber dicho? Debiste de haber dicho, “que de los que plantas crezcan bonitas coles” -respondió el granjero- Ahora ¡lárgate!

Igor continuó camino abajo, frotándose el chichón de la cabeza. Una y otra vez se repetía.

Que de lo que plantas crezcan bonitas coles…

No tardó en pasar por un cementerio donde estaban enterrando a alguien.

-¡Que de los que plantas crezcan bonitas coles!- gritó Igor desde la calle.

Volvió a recibir otra paliza y preguntó de nuevo que debió de haber dicho. Y ahora siguió repitiendo por el camino: -La única felicidad verdadera es la muerte.

Casi a mediodía llegó a un pueblo

Las campanas repicaban. En aquel momento estaba saliendo de la iglesia un alegre cortejo de boda. – La única felicidad verdadera es la muerte- dijo Igor a los novios.

Pero al novio no le interesaba la felicidad después de la muerte. Golpeó con sus puños la cabeza de Igor hasta que el pobre joven cayó al suelo. Entonces la novia le dijo que es lo que debería haber dicho.

Igor quedó tirado en el camino, siguiendo a la vista la boda hasta que desapareció. Entonces dos sacerdotes rusos con largas túnicas oscuras salieron de la iglesia, le ayudaron a ponerse de pie y le sacudieron el polvo de la ropa.

Eso hizo que Igor se sintiera mucho mejor. Recordó las últimas palabras de la novia. -Que vivan una larga y feliz vida- dijo a los sacerdotes- Y que tengan muchos hijos.

¡Que!- gritaron los sacerdotes- ¿no sabes que un sacerdote no se puede casar?

Durante mucho tiempo regañaron a Igor y le dijeron un sermón del que no entendió nada. Igor estaba muy triste. Se sentó sobre los escalones de la iglesia, pensando en su carrera; hasta entonces no había hecho ninguna clase de carrera. a menos de que lo fuese el hecho de que lo golpearan cada vez que se le ocurría abrir la boca.

Después la campana de la iglesia tocó las doce del mediodía.

Igor contó: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Se le habían acabado los números, así que contó nuevamente hasta cinco y luego dos más.

A Igor le gustó el sonido de la campana y se quedó a esperar que sonase de nuevo. Esperó mucho tiempo. Finalmente la campana sonó, pero solo una vez. De pronto se le ocurrió una idea: ¡Se llevaría la campana!

Nadie vio a Igor entrar a la iglesia. Escaló la torre y robó la campana. Pero era tan bobo que no sabía que estaba robando. La gente del pueblo le vio caminando por las calles con la campana bajo el brazo, pero como no actuaba como un ladrón nadie le miraba por segunda vez.

Igor se llevó la campana hasta el bosque y la amarró en lo alto de un árbol. El viento sacudirá el árbol, pensó Igor y la campana sonará. Entonces él sería feliz. Se acostó bajo el árbol a esperar a que sonase.

Pronto se quedó dormido

Después un hambriento oso surgió entre los arbustos sin que se le oyera. La boca del animal se le hacía agua según iba acercándose a la garganta de Igor.

¡Din! ¡Don! ¡Din! Otra vez el tonto de Igor tuvo suerte. El viento había empezado a soplar, y el ruido de la campana espantó a la fiera, salvándole a él la vida.

Pero el pobre de Igor no supo lo que estaba sucediendo. Se sentó y vio que un gran animal escapaba entre la maleza.

En vez de correr en sentido opuesto sólo se le ocurrió seguir tras él.  A los pocos minutos oyó un fuerte grito más adelante. Siguió con gran sigilo y miró entre los matorrales.

Esta vez la suerte le cayó de sorpresa. Un enorme oso pardo estaba persiguiendo a tres ladrones por el bosque. Igor supo que eran ladrones porque según corrían se les caía el oro de las bolsas. Cuando el oso desapareció tras ellos Igor corrió a su vez hacía el oro, de manera que casi se cae dentro de un hoyo que los bandidos habían excavado. Entonces contó las bolsas: una, dos, tres, cuatro , cinco; una, dos, tres, cuatro.

Al principio Igor no sabía que hacer con su afortunado hallazgo. Luego recordó lo que le había pasado en el palacio del rey. Sí, también entregaría este oro al rey, solo que esta vez es realmente oro. El problema consistía en que había mucho, había más de lo que él podía cargar. Así que únicamente tomó unas pocas monedas de oro y el resto lo dejó en el hoyo hecho por los ladrones. Después se dirigió hacía el pueblo y desde ahí emprendió el camino que llevaba al palacio del rey. ¿Otra vez aquí?- gritó el rey cuando se le presentó Igor con su historia- ¡Tonto! ¿No sabes que una broma es suficiente? Si traes más de tu “oro”, tendré que encerrarte en la cárcel. ¿Me oyes? ¡Guarda todo lo que encuentres desde ahora en adelante y mantente lejos de mi palacio!

Igor hizo lo que se le dijo. Guardó el oro. Acarreó las bolsas restantes una por una y se hizo el hombre más rico del pueblo. Construyó tres palacios uno para él, uno para mi y otro para ti. En este momento hay una fiesta en el palacio de Igor. ¿Escuchas la música y las risas? Ven y se uno de sus invitados.

Texto: Mitos  y Leyendas del Mundo. Robert  R Potter- H Alan Robinson

Publicaciones Culturales

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

  1. mundo.sputniknews.com

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