(17 2020) Leyenda de México. ¡Dios mío, dios mío he casado a una muerta, gritaba el cura! A mediados del siglo XVII en la Nueva España era prodigiosa en aparecidos y fenómenos sobrenaturales, en aquel enmonces todas las noches un ser espantoso se aparecía en el Callejón del Suspiro lanzando, temibles lamentos, que según cuentan los viejos, provocaron muchas muertes y terror entre los habitantes.
En una silenciosa y oscura noche mientras un caballero caminaba por aquel callejón, de pronto se detuvo al escuchar un extraño ruido que semejaba un doliente suspiro. Su cuerpo estremeció y de inmediato preguntó: -¿Quién va?, ¿Quién anda ahí?
Pero no hubo respuesta. Después de unos momentos el doloroso gemido se dejó escuchar otra vez, pero ahora en forma tan profunda que el caballero sintió un agudo escalofrío que congeló su sangre. Aquel suspiro semejaba el quejido de un agonizante. Pensó que quizá alguien intentaba saltarlo y empuñó su espada dispuesto a enfrentarlo. De pronto, al tiempo que el suspiro se dejó escuchar nuevamente, apareció un fantasma. El caballero gritó despavorido.
¡Vive Dios!, pero no es un ser viviente, es un muerto
El fantasma se le acercó lentamente, mientras el caballero daba pasos hacia atrás gritando que no quería tener nada que ver con seres del otro mundo, aterrorizado se echó a correr, dejando caer su espada, único testigo de aquella escalofriante aparición.
Pasadas algunas noches, dos borrachos cruzaban el callejón, de pronto vieron una dama. Ambos pensaron que justamente era lo que necesitaban para completar la juerga. Estaban tan borrachos que no podían tenerse en pie, de cualquier forma, se le acercaron para abordarla, cuando la tuvieron enfrente, la espantosa aparición emitió aquel dolorosa y terrible suspiro. Los hombres gritaron: ¡Es una muerta!, ¡huyamos!, ¡salgamos de aquí.
Al instante corrieron llenos de pánico
Hasta desaparecer en la oscuridad de la noche. En esta ocasión no hubo testigos, ya que los ebrios, aunque llenos de espanto, jamás soltaron sus botellas de vino.
Noches después, el criado del Marqués de Falces tuvo el extraño callejón. Caminaba a toda prisa, cuando inesperadamente, aquella imagen fantasmal le salió al paso emitiendo el doloroso suspiro. El hombre al verla se desplomó y cayó al suelo.
Horas después, cuando los soldados de la ronda pasaron por el callejón, lo encontraron muerto. Lo extraño es que el cuerpo no presentaba ningún signo de violencia. Uno de los soldados explicó al capitán que eran ya varias las veces en que había visto morir a la gente de esa misma forma y seguro que el hombre murió de miedo, además la gente ya le llamaba el Callejón del Suspiro, porque aparecía un fantasma suspirando.
Tres noches después, era la noche de Santa Eduviges, es una calle cerca del mentado callejón. Se descompuso el carruaje de Doña Delfina de Sotelo. Ella y sus dos hijos caminaban después de salir de misa de gallo, la señora propuso acortar la distancia cruzando por el tenebroso callejón. La fantasmal aparición bloqueó el paso emitiendo el espeluznante y tenebroso suspiro. Doña Delfina apenas tuvo tiempo de gritar y cayó muerta. Su hija al verla, desesperada abandonó el callejón víctima de indescriptible pánico. Corrió pidiendo auxilio y encontró a dos hombres que detuvieron su frenética carrera. La muchacha al verlos, solo pudo decir, al tiempo que señalaba con su dedo hacía el callejón:
¡Allá en el callejón! ¡Allá en el callejón! ¡Mi madre! Y entonces se desmayó
Los caballeros llegaron al callejón y solo encontraron al pequeño hijo de doña Delfina como idiotizado ante el cadáver de su madre. Sin poder explicarse el motivo de tal tragedia, llevaron al niño al cercano convento de San Francisco y dieron parte a la justicia. La justicia representada por el santo oficio tomó cartas en el asunto y a juzgar por las investigaciones de ese santo tribunal, ya eran once las muertes que había causado la aparición fantasmal, y ante tales hechos criminales, el oidor mayor ordenó que se buscara y apresara el alma en pena de la mujer desconocida que solía aparecerse por el callejón que llaman del suspiro y una vez aprehendida, fuera conducida ante el santo tribunal para ser juzgada. Los miembros de la santa hermandad llegaron al callejón e invocaron al fantasma llamándolo tres veces, pero no respondió. Todos los ojos escudriñaron en las sombras esperando ver al ser del otro mundo, pero el fantasma no apareció. Entonces decidieron regresar al día siguiente para intentarlo otra vez. Nuevamente llamaron al espectro
Llamaron otras tres veces, el fantasma no respondió ni se apareció varias noches, después de haberlo invocado inútilmente.
Semanas más tarde, fray Matías de Tolentino regresaba a su convento, cuando escucho aquel tenebroso suspiro. Fray Matías gritó: ¡Dios sea bendito y alabado! ¡Aparición del otro mundo que por la tierra vagas! ¡Que deseas de este humilde fraile! ¡Habla en nombre de Dios!, hazlo pronto que mi alma es vieja como mis huesos y no resistiré mucho tu presencia.
Entonces por primera vez de la boca descarnada de aquel fantasma, escapo una voz que sonaba hueca y olía a humedad de tumba.—Mi nombre en vida fue Anunciación Avelar y estuve comprometida en matrimonio con don Alonzo García de Quevedo. El fraile en la confusión de su mente vio claramente la imagen encarnada de aquel fantasma, quien le relató su triste historia infiriendo la causa por la que deambulaba por el callejón. Esa misma causa había sido una pena de mor.
Esta historia fue escrita por el fraile
Doña Anunciación estaba ansiosa por casarse pero temía que don Alonzo, el novio que estaba en España no llegara en la fecha fijada para la boda. Don Gabriel su padre, aseguraba que don Alonzo llegaría a tiempo. Desgraciadamente, el caballero nunca llegó y jamás se supo si fue muerto o cambio de idea. Al paso de los años. Anunciación se encerró, no comía y apenas dormía. No cesaba de llorar y suspirar y entonces enfermó. Meses después murió entre gemidos y suspiros. Los médicos dijeron que su muerte se debió a una tuberculosis provocada por la pena y el ayuno.
Cuando oyó eso el fraile, le pidió que callase y lo dejara en paz. Que buscara a otra persona para solicitarle ayuda, pero la fantasmal figura le dijo angustiada que solo él podía ayudarla, casándola, Consternado, Fray Tolentino le dijo que no era posible casar a una muerta y a un ser de este mundo; el espectro le pidió que los casara en espíritu, porque ya estaba cansada de penar desde hace cien años. Fray Tolentino le mostró una cruz y exclamó: -¿Cien años? -¡Regresa a tu lugar espíritu errabundo! ¡Yo te lo ordenó en nombre de Dios!
Entonces el fantasma se esfumó en la penumbra de la noche y el fraile emprendió el regreso a su convento.
Así transcurrieron seis años más sin que la santa hermandad lograra atrapar al fantasma. Les resultaba imposible apresarlo y fue entonces que decidieron tapiar el callejón.
Después de 50 años la gente se olvidó del Callejón del Suspiro. Pero cuenta la leyenda que un día, un caballero vestido con suma elegancia al estilo de siglo pasado, estuvo recorriendo las calles cercanas a a plaza Mayor. Aquel caballero misterioso, preguntaba a los transeúntes por el paradero de doña Anunciación Avelar, pero nadie supo darle razón de ella. Así pasaron varios meses, hasta que una noche después de tanto caminar el caballero misterioso, sin propornerselo, llegó al callejón del suspiro, el cual, en ese entonces había sido destapiado. Algo le llamó su atención: era la luz de una casa que se encontraba al fondo de aquel callejón; sus ojos brillaron de alegría y presuroso llegó hasta la puerta de esa casona. Tocó varías veces hasta que el mozo le abrió.-¿Vive aquí doña Anunciación Avelar?—preguntó el caballero—el mozo contestó: -En efecto, aquí vive y lo está aguardando.
El caballero entró y se quedó contemplando aquella antigua y espaciosa sala. De pronto sintió que alguien le llamaba, que le atraía poderosamente y al voltear su vista hacía la escalera, descubrió una figura fantasmal vestida de novia. A diferencia de toda la gente, él no sufrió impresión alguna al ver a la muerta. Con gran emoción dijo: Doña Anunciación y ella contestó—Don Alonso-.
Al tiempo que extendieron sus manos descarnadas y se besaron con amor. Después tomados del brazo como dos enamorados, salieron de la casa y se encaminaron por el callejón hasta llegar a la capilla de San Francisco. Ahí los recibió un fraile quien, en ese momento, no pudo mirarles el rostro que ambos llevaban cubiertos.
El caballero pidió hablar con fray Matías Tolentino. El fraile contestó que fray Matías había muerto hacía ya cincuenta años, pero que él era su sobrino y que estaba para ayudarlo, el caballero le solicitó que los casara en ese momento, pero el fraile dijo que no era prudente que mejor mañana. El caballero insistió diciendo que los designios de Dios eran inaplazables y que ese día por fin había llegado, para que el alma de una mujer que había estado sufriendo durante ciento cincuenta años por no haberse podido desposar en su tiempo, logrará encontrar la paz y el descanso eterno, que por favor lo hiciera tal como debió haberlo hecho tu tío hacía tantos años.
La boda se celebró casi en tinieblas, y como si el sobrino de viejo fray Matías de Tolentino obedeciera antiguos mandatos, procedió al casamiento y pronunció estas palabras:-En nombre de Dios, han quedado unidos en matrimonio y que solo la muerte los separe.
-No fray Tolentino—respondió el caballero—está vez será al contrario, la muerte nos unirá. Y con pasos silenciosos que no resonaban en la quietud de la bóveda de la capilla, los recién casados se se alejaron, más antes de alcanzar la puerta, el fraile los detuvo para para preguntarles sus nombres. – Mi nombre es Alonso García de Quevedo, respondió el caballero, y a la luz de un cirio, la dama dijo, - yo me llamo Anunciación Avelar. El fraile, quien hasta ese preciso momento pudo ver en aquel rostro descarnado el espectro de una mujer vistiendo el traje de novia, sintió congelar su sangre y lleno de pánico gritó:-¡Dios mío! ¡ Dios mío! ¡He casado a una muerta!
Y corrió a su celda en donde hojeó un antiguo libro. Era el mismo libro que le dejara su tío en donde escribió el relato aquel de la “Aparición del callejón del suspiro”.
Al día siguiente, los tempranos moradores de la capital de la nueva España, descubrieron fuera de la iglesia el cadáver del misterioso caballero y dieron parte a la justicia. Loa alguaciles acudieron y entre las ropas del muerto, encontraron un documento que los acreditaba ser don Alonso García de Quevedo. Cuando el sobrino de fray Tolentino se enteró de la muerte de don Alonso, acudió al tribunal del santo oficio, pero pese a que llevaba consigo el testimonio del viejo libro donde se asentaba el relato de su tío, nadie le creyó. El callejón de suspiro actualmente es el callejón 5 de Mayo.
Rezumen del texto: TRADICIONES Y LEYENDAS DE LA COLONIA. Editorial Época, SR de C.V. Emperadores 185, Col, Portales México, D.F.
Autor: Elsy Alonzo
Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.
Fuentes de información
- relatosehistorias.mx
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