El tesoro de la tribu Catujanes

(13 abr 2024) Leyenda de Nuevo León. En el año 1940 en Lampazos corrió la noticia de que un niño de 12 años había herido de una cuchillada en la barriga de un adulto. Metodio Cruz fue presentado por sus padres a las autoridades y cabizbajo entregó el cuchillo con el que le sacó los intestinos a quien lo había ofendido.

En su declaración, explicó que aquel hombre siempre se burlaba de él y de su hermano, les decía cosas ofensivas de sus hermanas y primas. Heliodoro el hermano menor lleno de coraje le lanzó al rostro una maldición y aquel cobarde le contestó con un golpe en la boca, haciéndolo sangrar. Metodio se llenó de ira, sacó el instrumento de su morral y lanzó un centelleante tajó, que lo hizo caer de rodillas al abusivo.

Metodio por su edad no pasó a las celdas, se quedará detenido en los corredores de las oficinas. Ahí tomaba los alimentos que su madre le llevaba y no saldría hasta saber del lesionado. Pasaron semanas el herido por poco se muere pero no fue así.

En la comisaría el chamaco conoció a un viejo indio que debido a su edad, sin posibilidad de movimiento se arrastraba por los suelos. Era un anciano de una tribu catujana, después de vivir en libertad en las montañas y llanos se había convertido en un indigente, andaba por las calles mendigando una limosna, “por el amor de Dios”. Se arrastraba impulsado con las manos en las dependencias de la Presidencia Municipal, donde a veces le daban de comer y permiso para dormir bajo techo en una celda desocupada o en algún rincón del lugar cuando había mucho frio o lluvia.

Tenía 105 años de edad el catuján, nació 1835, , había pasado ante sus ojos mil acontecimientos y mucha historia había pasado ante sus ojos, desde las guerras de la Invasión  Americana y Francesa hasta el derrumbe del modo de vida de su pueblo y el exterminio de su raza. El viejo indio se acercó a Metodio y una extraña amistad se dio entre ambos. Al principio Metodio sintió nauseas por aquella insalubre persona que buscaba conversación. El indio, con sus largos cabellos duros por la mugre, las costras que le cubrían todo el cuerpo, con aquella ropa sucia y hecha jirones, era difícil aceptar de buen grado el trato diario con el catuján. Pero al paso de los días, se acostumbró al viejo centenario y compartieron la comida que sus padres le llevaban, y hasta dormía junto al viejo, por primera vez en mucho tiempo, sintió el calor de una amistad.

Una noche de insomnio, acomodados en el piso de una celda, el anciano guerrero con su voz estragada por los años, hizo una interesante confidencia al compañero en desgracia:

— Metodio, cuando era joven forme parte de un grupo de centinelas que cuidaban la cueva de La Ventana, que está en la pared por la zona de El Campanero, al lado del sol que nace. La pared de piedra sube casi parada en lo alto, hay una zanja que forma un barranco. La cueva de la Ventana está en medio de esta pared y solo andando por la cresta de la sierra, con una cuerda se podrían colgar hasta llegar a la gruta porque ahí se guardan miles de monedas y barras de oro desde el tiempo de los españoles. Nadie sabe como llegaron esas riquezas. Es secreto de mis ancestros. De ahí sacábamos una barra o unas monedas de vez en cuando para cambiarla en el pueblo para comprar maíz, trigo y  frijoles, ya que la carne nosotros la conseguíamos en la casería. 

Varias veces se defendió ese barranco

El barranco lo defendimos varias veces del general Naranjo y muchos militares. En cuanto veíamos exploradores o soldados en la cercanía, los guardias daban la voz de alerta y bajaban a la sierra cientos de guerreros de la tribu a enfrentar a los intrusos. Más de doscientos años se mantuvo limpio de invasores el lugar. Hubo una vez de que llegaron al lugar soldados, por arriba del cerro y con un largo cable descolgaron por arriba del cerro y con un largo cable descolgaron a un joven militar. No sabían que había un peligro mayor; que se tendrían que enfrentar al más feroz guardián del tesoro.

“El muchacho bajó hasta la boca de la cueva. Al intentar pararse en la orilla, vió algo en el interior de la cueva y lanzó un grito de terror. Entre alaridos, lucho desesperado por soltarse de los arneses y del cable el soldado se derrumbó en un largo grito hasta el pie del feliz. Por la caída quedó destrozado sus compañeros bajaron lo encontraron con gesto de horror. Estaba con los ojos y boca abiertos como ahogando todavía después de muerto, todos comentaron que fue un grito de espanto. El Guardián había cumplido su misión”. 

Otros intentos se dieron a lo largo de los tiempos siempre enfrentaban cualquier propósito de acercarse. Una vez un vecino de un rancho logró descolgarse hasta la cueva. No murió pero quedó bien loco.

-Metodio - preguntó el viejo- ¿Tú conoces la sierra?

El niño le contó de sus andanzas por los altos montes en busca del palmito para tejer asientos para las sillas, que era un pequeño negocio de la familia. Le contó los días y la noche por la sierra que pasaron él y su hermano, ayudando a su padre en el corte de palma. Por las noches de frio, su padre cavaba una sanja con el talache para acostarlos y taparlos con hojas secas de encino, mientras él pasaba la noche de guardia dormitando envuelto con una manta de lana vieja. Así pudieron sobrevivir a las heladas de la montaña. Le contó de sus días de sed por el verano, paliados por escondidos manantiales que compartían con las fieras salvajes y siempre preguntaban a su padre por las minas y cuevas que adornaban las laderas de la agreste sierra. ¡Claro que conocía la cueva de la Ventana! Había visto los fortines pero era historia olvidada, siempre le preguntaban a su padre de esas cuevas que veían que adornaban las laderas, pero ni su padre sabía sus orígenes.

-Oye bien - con esto que te pasó, ya eres un hombre. Eres joven y fuerte. En cambio, yo, ni puedo dar un paso. Busca la cueva del tesoro de mis ancestros. Ya acabaron con mi pueblo pero ahora tu espíritu y el mío ya son hermanos, y el Guardián te ha de respetar y te ha de dar un regalo de las riquezas ahí guardadas.

Semanas después Metodio salió de su encierro. Aquel mal hombre ya no los molestaría. El niño abandonó la comisaría y estrechando la mano del viejo guerrero Catuján, se fue a continuar con su vida con una historia guardada para siempre en su memoria. Creció Metodio y se puso a investigar la cueva de los Catujanes. Redescubrió El Campanero y vio el reliz cortado a pico en pura piedra. La cueva abría su oquedad al viento y parecía bostezar de abandono y aburrimiento. Bajó por el barranco del frente y encontró un largo cable de acero oxidado por tal vez por los 80 años de historia. Solo los huesos del soldado no estaban. Se había ido a la tumba llevándose el secreto del terrible guardián del tesoro.

Quería llegar a la cueva del tesoro

Exploró viendo la manera de subir a la cueva, pero pronto quedo huérfano y tuvo que trabajar de sol a sol para ganar el pan de cada día. Sus hermanos y madre lo necesitaban   para llevar comida a la mesa. Cansado por largas jornadas ya no tuvo tiempo de soñar con rescatar aquellas riquezas. La vida del pobre es trabajar y trabajar sin dejar un espacio para los sueños. Ahí están las barras y monedas de oro que seguirán allí por los siglos resguardas por una bestia siniestra, que protegerá los metales preciosos hasta el fin de los tiempos.

Según historiadores, los antiguos habitantes de Nuevo León. Entre las tribus, las mejores que se conocen son Ayancuaras, Catujanes, Gualiches, Amapoalas, Bozalos, Cuanaales, los Gualeleguas y la Gualagüises estos dos últimos dan el nombre de los municipios AGUALEGUAS y HUALAHUISES.

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

  1. es.wikipedia.org

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