La Casa del Niño Quemado

(14 2025) Leyendas de la Época Colonial. En el siglo pasado existieron esas ruinas de esa casa, hoy es esquina de Bucareli y Avenida Chapultepec. Había unas cuantas casonas, en ese lugar el conquistador Pedro Soto construyo una casa.

Era el año 1717, cuando llegó a Nueva España don Eulogio De Olivares y Tafoya, con su familia, una esposa e hijo, éste de once años, esta personas vivirían en la casa que construyo Pedro Soto; pero al cruzar el carruaje en la casa en ruinas un hálito siniestro se dejó sentir, pero no habían avanzado mucho cuando el chamaco presintió algo sobrenatural, los oídos del niño percibieron lamentos de ultratumba, este volvió hacia su madre asustado, miró hacia el bosque y creyó percibir algo. El chico lo comento a sus padres estos hicieron caso omiso a lo que él decía.

Ellos llegaron a la casona, hermosa, grande, cenaron y se fueron a descansar sin saber que cambiaría sus vidas. Sería las once de la noche cuando el niño no podía dormir, se figuró escuchar débiles susurros, como que alguien se quejaba y lloraba, Ambrosio se asustó. Los lamentos se escuchaban más cerca y se acercó a la ventana pero vio sombras y presintió una presencia entre el follaje, esos lamentos se convirtieron en voces y así amaneció y no les dijo nada a sus padres.

La noche siguiente, los lamentos se volvieron a escuchar Ambrosio se levantó salió de la casa y fue al bosque en persecución de quien se lamentaba tan dolorosamente, pero no veía a nadie y a pesar de todo sentía su presencia. Corrió y se escuchaba sus pisadas con la hojas y siguió  el camino  de los susurros lastimeros sin darse cuenta  llegó hasta una casa quemada que hubiera visto al ir en el carruaje. Allí frente a la puerta quemada que habían sido consumida por el fuego, volvió a escuchar más claro el lúgubre lamento.

Temprano, al día siguiente un sirviente llevó el cuerpo inerte del niño relatando que lo había encontrado desmayado en el bosque mientras buscaba leña.

A partir de ese día, el chamaco se levantaba en la noche y seguía la dirección de los ayes y cada mañana era encontrado dormido o desmayado frente a las ruinas de aquella casa; sus padres estaban muy preocupados pensaban que su hijo era sonámbulo. Pero lo curioso el niño no decía que era lo que había visto o escuchado en ese lugar, pero lo cierto su salud desmejoró y cuando se le vigiló, no pudo hacer más escapatorias nocturnas, esta provocó que cayera enfermó, con mucha fiebre, repitiendo cosas sobre un niño atormentado que no podía obtener el perdón de alguien.

Los padres del chico hablaron al doctor y les relató la historia de un alma que lleva mucho tiempo atormentada vagando por aquella casona abandonada y que la única forma de ayudar al hijo era ayudando a aquella alma en pena. Pues eso hizo don Eulogio y se lanzó esa noche al bosque con un farol, dispuesto averiguar aquello que perturbara la salud de su hijo; no pasó mucho tiempo cuando llegó a pocos metros de la casa quemada y se situó cerca de un árbol para poder espiar. Antes de la media noche, la brisa llevó a sus oídos unos lamentos y quejidos se puso de pie, para averiguar quien vagaba por el bosque. Las débiles pisada sobre la hojarasca se fueron acercando hacia don Eulogio llenándolo de inquietud, de repente sintió que alguien pasó junto a él, que se convirtió en una ráfaga de helada de aire de ultratumba que lo llevó a la casa quemada; en ese momento el hombre escuchó como si escaparan de la puerta calcinada, gemidos lastimeros, acto seguido un impulso temerario y de ansiedad lo lanzó hasta la puerta misma de la casa quemada, y gritó a los cuatro vientos, pero solo respondió un silencio sepulcral, nada más.

Al día siguiente apenas llegó el médico, don Eulogio relató lo sucedido, esa noche ellos dos y un criado se fueron con los faroles a ver si el el espectro se manifestaba. Los tres aguardaron la llegada de ser que gemía, cerca de la media noche escucharon ya los gemidos, los dolorosos lamentos, los pasos continuaron y estupefactos los españoles vieron como se levantaba la hojarasca al ser hollada por pies invisibles, sintieron aquella presencia y se escuchó sus lastimero llanto. Ocurrió algo misterioso e inexplicable alguien se interpuso entre la visión de los españoles y el farol, no era un ser denso, pero proyectó su sombra contra las mismas sombras de la casona ruinosa y renegrida; los hombres quedaron atónitos y después discutieron los hechos preguntándose porque aquella alma en pena no podía cruzar la puerta.

Noche tras noche los lamentos dolorosos

Continuaron perturbando el bosque y la salud del pequeño Ambrosio era más precaria; llegó la situación que su salud se agravó temiendo por la vida de su vástago pidió con urgencia don Eulogio a su mujer hacer lo necesario. Llegó el dr. con el fraile Ezequiel de Alonso, un viejo franciscano del templo de San Antonio, Don Eulogio imploró al fraile que haga todo lo posible para salvar la atormentada alma de su pequeño. El religioso se quedó a solas con el niño para escuchar su confesión, la hizo con mucha lucidez a pesar de la fiebre que no cedía y con lujo de detalle le relató al religiosos sobre los macabros acontecimientos del bosque. Minutos más tarde salió el fraile, dirigiéndose a don Eulogio y al dr. que aguardaban, les dijo que el niño se encontraba mal, sin embargo sabía el remedio para esta situación; así que el religioso les dio instrucciones que prepararan antorchas y faroles y vayan al bosque.

Luchando con un ente

Aquella extraña comitiva iba a luchar contra un fantasma se internó en el bosque rumbo a la casa quemada, y una vez que llegaron colocaron los faroles sobre las escaleras y las antorchas fueron colocadas a lo largo del camino que recorría la doliente alma. Los tres hombres aguardaron la aparición y los criados se marcharon; poco antes de la media noche se escuchó el susurro y los gemidos dolorosos, y acto seguido el fraile se precipito hacia la entrada de la casa mientras se dejaban escuchar los pasos y el arrastrar de algo sobre la hojarasca, entonces sonaron los gemidos y ante el asombro del dr. y don Eulogio, el fraile empezó hablar hacia el viento del bosque implorando al Señor que se llevara consigo a aquellas almas a su eterna morada y permitiera que aquella puerta se abriera. Se escuchó pasos sobre los escalones y el hollar de la hierva cerca de la puerta, luego se materializó “aquello” al pasar por delante de los faroles colocados en el interior cuyas flamas vacilaban y “aquello” se interpuso entre la escalera y el cura: ¡Un ser de Ultratumba!; las antorchas y faroles se apagaron, y en la oscuridad se vieron dos figuras espectrales, después solo se escuchó la voz del fraile que decía: “Dios sea bendito y alabado.¡ Juan, quedáis con vuestra madre!”.

En aquel momento, los faroles antorchas se encendieron solos, sopló un viento todo pareció volver a la normalidad y aun tembloroso por la emoción pasada, el religioso regresó ante los asustados caballeros y después, los tres estuvieron en la casa de don Eulogio, el espectáculo  de ultratumba aún los tenía sobrecogidos.

El fraile les relató a los españoles sobre aquellas almas atormentadas que conoció en vida: se trataba de un mozuelo que abandonó a su madre por irse en pos de una mítica aventura, y el chico que llevara en vida el nombre de Juan Henriquez de Pineda, deslumbrado por relatos de viejos soldados se marchó en busca de siete ciudades de oro perdidas, y en vano suplicó su viuda madre para que no la dejara en desamparo, pero él se marchó dejándola en un amargo llanto.

Una noche según cuentan, la casona tomó fuego y la madre de Juan nada hizo por apagar las llamas, ni pedir auxilio se dejó morir en aquella hornaza y de aquella casa solo quedaron ruinas humeantes, renegridas y en silencio; más tarde se supo que el muchacho había muerto ¡quemado! En su malhadada aventura, pero finalmente su alma encontró el descanso eterno al lado de su madre. En estos momentos la madre del niño Ambrosio entró feliz a comunicarles que este ya no tenía fiebre, todos se regocijaron con la noticia. Don Eulogio se cambio de casa y de rumbo por aquello de las dudas.

Fray Alonso en su celda del templo de San Antonio escribió sobre este suceso, pero habiendo sido más tarde del conocimiento del vulgo se desataron testimonios de gente que aseguraban haberse topado con los espectros de la casa quemada. Se dice que todavía están las almas en pena.

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

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