Una noche en el cementerio: El profanador de tumbas

(07 dic 2020) Leyenda de México. Era el Siglo XVIII, que ahora forman las esquinas las calles de Santa María y Pedro Moreno. En ese lugar estaba la cantina de "El ciervo de oro", famosa por ser lugar de delincuentes. Ningún alguacil se atrevió a entrar, tenían miedo de ser acuchillados. En aquella taberna, destacaba Pedro Santibáñez. De quien nadie conocía su origen, pero se sabía que siempre llevaba la cartera llena de dinero. Santibáñez era déspota y agresivo a menudo hacía alarde que tenía mucho oro, a veces el pagaba la cuenta del alcohol de todos lo truhanes que consumían. Los hombres bebían a costa de aquel tipo.

Una noche Pedro estaba en la tasca, completamente borracho, invitó a cinco mentecatos para que fueran a su casa a seguir la borrachera. Aquellos ebrios y valientes sujetos atravesaron el cementerio que se localizaba en lo que hoy se conoce como el panteón de San Fernando. Caminaban dando traspiés entre las lápidas y túmulos frescos, así irrespetuosamente se internaron en el campo santo, hasta llegar a la casa de aquel Pedro Santibáñez, quien sacó barajas, y trató que sus amigos pasaran una buena velada.

Al rato, se escucharon algunos ruidos extraños que miraron por la ventana al cementerio, con miedo uno de ellos le pidió a Santibáñez que cerrara la ventana, él se carcajeó, respondió que no lo haría, que esa ventana siempre está abierta, porque disfrutaba ver a los muertos y le gustaba escuchar sus sollozos lastimeros. Los hombres después de escuchar eso, se llenaron de espanto, lo dejaron solo y salieron rápido para su casa.

Después que se fueron los acompañantes de Pedro, él se durmió. Al día siguiente espiaba un sepelio a través de la ventana. Desde ahí observaba los funerales, sabía de antemano a quien sepultaban, conocía su jerarquía y sobre todo, las joyas con las que serían enterrados. Ese día don Gabino Ordóñes, hombre de gran fortuna sería enterrado, portando sus valiosas joyas.

En efecto Pedro Santibáñes era un profanador de tumbas. Cuando el sepelio terminó Pedro esperó a que anocheciera para así poder saquear el ataúd y apoderarse de las joyas del difunto, hasta la ropa buena le quitaba.

Jamás sintió remordimiento alguno

Era el Siglo XVIII, el santo oficio perseguía a las brujas, hechiceros, a cualquier persona que tenga pacto con el demonio. Algo sucedió en la casa contigua de donde vivía Santibañes, habitaba una mujer que decían que era bruja, llegó el chisme con los ejecutores del santo oficio y llegaron para apresar a la mujer. Dentro de la casa estaba la hija y la bruja, las dos se asustaron cuando oyeron los golpes de la puerta y gritos de los oficiales. Son esos malditos que viene por mi, van a llevarme. Su hija con lágrimas, dijo, jamás permitiría que lleven a su madre, de hacerlo la matarían. Pero la bruja, le dijo que pusiera a tención en sus palabras, ya que de eso dependería que después de muerta pudiera vivir, y le dijo;-Te hago entrega de este amuleto de hechicería; cuando me entierren lo colocaras sobre mi pecho y por ningún motivo permitas que me metan en un ataúd, solo me amortajaras. Con este amuleto recobraré mi poder y forma humana.

El santo oficio entró y la llevaron presa. La maga fue juzgada y declarada culpable de brujería y culto a satanás. Su condena fue la horca.

En la plaza la subieron al cadalso, mientras toda la gente gritaba, ¡ Muere! ¡Muere!, bruja maldita, ¡deberían quemarte viva! ¡mujer de satanás!

Concluida la ceremonia, fray Gómez Suástegui, entregó a la hija de la bruja el cuerpo de su progenitora y le preguntó si tenía ataúd. Ella contestó, que la voluntad de su madre que sea enterrada solo amortajada. Entonces la bruja fue llevada al cementerio. Esa misma tarde, por intervención del fraile fue enterrada en el panteón lo más lejos de las demás tumbas.

Pedro Santibáñes observaba desde la ventana a la desconsolada hija hincada ante la tumba de su madre y al único enterrador que se conmiseró de ella, confirmó que se trataba del sepelio de la bruja que habían ahorcado esa mañana.

Antes que la enterraran, su hija se acercó al cadáver y le colocó en el pecho aquel amuleto que brillaba esplendorosamente. Santibáñes vio destellar aquella joya, su codicia creció y pensó en la conveniencia que no había ataúd, eso facilitaría sus planes.

Santibáñes le robó el amuleto al cadáver

Anocheció, llegó al panteón comenzó a cavar. El cadáver quedó descubierto, lo alumbró con un farol y buscó la joya entre la mortaja, llevándosela consigo. Ya en su casa lo metió en un cofre donde guarda el producto de sus macabras rapiñas. La joya sería vendida día después.

A la noche siguiente, Pedro fue a la taberna “El ciervo de oro”, cuando estuvo bien borracho, invitó a su casa a unos mentecatos, no aceptaron por la experiencia que tuvieron antes. Pedro se encogió de hombros y salió de la cantina a media noche. Mientras caminaba rumbo a su casa, pensó en la conveniencia de estar solo esa noche, al día siguiente debería estar bien despierto para vender la joya. Cuando dieron las doce de la noche Pedro oyó un ruido, como un gemido que

decía, -¡Peeeedro! ¡Peeeedro!-. Un aterrador lamento que venía del cementerio. Palideció y su corazón latió muy fuerte; encendió una vela, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana, donde siempre se deleitaba viendo sombras y siluetas del panteón; pero no había nada.

Así pasaron algunos segundos, hasta que de pronto creyó ver formas difusas etéreas, revoloteando sobre las lápidas, pero no les dio importancia, pensó que eran figuraciones suyas.

Regresó a su cama imaginando la fortuna que obtendría después de vender la joya. Pero no había puesto la cabeza sobre la almohada, cuando nuevamente escuchó un ruido que ahora provenía de la puerta.

Escuchó como si alguien la hubiera abierto y de pronto sintió unos pasos muy cerca de él que se arrastraban en dirección a su alcoba.

¡Ahora sí, no cabe duda! – murmuró nervioso, alguien se está acercando.

En ese preciso momento una ráfaga de viento helado a pagó la vela y el mentecato quedó sumergido en la sombras. Preguntó con cierto temor. ¿Quién anda ahí?, ¿Quien ha apagado la vela? Pero nadie contestó, entonces le pareció descubrir algo entre las penumbras.

Su sorpresa fue enorme, frente a él se materializó una horrible criatura. ¡Sí!, en efecto era una fantasmal presencia que con voz de ultratumba preguntó:

-Pedro… ¡Dime!, ¿en donde tienes mi amuleto?

Lleno de pavor preguntó: ¿Quién eres? ¿Qué deseas? Pero cuando la descarnada figura se le acercó más, Pedro descubrió horrorizado al fantasma de la hechicera y temiendo por su vida gritó: ¡Retírate bruja maldita! ¡Tu estás muerta! Pero aquella figura espectral seguía reclamando su amuleto. ¡ Es mejor que me lo entregues ahora! -exclamó la bruja—¡Tu eres el culpable de mi penar, pues si no me hubieras robado el amuleto yo estaría viva ahora!

Pedro le gritó que se marchara, pero el fantasma exigía su amuleto y juró que si no se lo entregaba, sufriría un terrible castigo.

Como Santibáñes no contestó, el espectro comenzó a buscar su amuleto y pronto lo descubrió, el cofre, lo abrió y exclamó:¡Maldito seas! ¿con que aquí lo tenías escondido? Pedro enfureció como loco y gritó que no se lo podría quitar, pero aquel espantoso fantasma tomó el amuleto con sus descarnadas y sarmentosas manos; lo colocó sobre su hueso y repulsivo pecho y en ese momento se desencadenaron mil demonios.

La leyenda cuenta, que el profanador de tumbas no sabía si soñaba o se estaba volviendo loco, pero en su delirio gritaba: ¡Noooo! ¡Aléjate, sólo eres un fantasma! ¡Márchate! ¡Tu no eres real! ¡no puedes serlo!, yo mismo vi cómo te ahorcaron y te enterraron.

Intentó arrebatarle el amuleto a la bruja, al tiempo que desesperado gritaba que ella no necesitaba de esa joya en el otro mundo. Los ojos de la bruja brillaron con destellos de espanto, sus descarnadas mandíbulas se abrían con una amenazante mueca horrible para defender su preciado amuleto y en cuanto lo tuvo seguro, extendió las manos hacía el profanador y con sus largas uñas de tierra de tumba, lo arañó sádicamente produciéndole dolorosas y profundas heridas en el rostro. Después lo tomó por el cuello mientras Pedro inútilmente luchaba contra aquella poderosa fuerza sobrenatural; en vano fueron sus intentos por salvarse, ya que irremediablemente cayó muerto. Entonces el espectro arrastró el cadáver del infeliz delincuente y lo llevó hasta la entrada del cementerio.

A la mañana siguiente, un hombre encontró el cuerpo de Pedro totalmente desfigurado y corrió en busca de las autoridades. Después llegaron los representantes de la justicia y Fray Escoto que preguntó a los soldados quien era ese difunto y que oficio tuvo en vida.

Uno de los soldados respondió que su nombre era Pedro Santibáñes y que vivía en una casa cerca del panteón, y agregó que algunas personas sospechaban que se dedicaba a profanar tumbas. El Fraile también tuvo sus sospechas, al recordar que apenas hacía dos días, una hechicera había sido ahorcada y sepultada, precisamente en una fosa cerca de la casa del difunto. El suspicaz soldado respondió que quizá existía una relación entre la bruja y el muerto. Entonces los soldados y Fray Escoto llegaron a la tumba de la hechicera y vieron que la tierra  de la sepultura había sido removida.

Entonces confirmaron sus sospechas acerca de que Pedro Santibáñes sí fue un profanador de tumbas en vida, pero aún así se preguntaron que fue lo que Pedro hubiera podido robarle a aquella humilde mujer enterrada tan sólo con una mortaja. Fray Escoto respondió que no lo sabía, pero creía que el asunto tenía una conexión demoníaca.

La autoridad inhumó el cuerpo de la bruja y lo quemaron ahí mismo. Sus cenizas se esparcieron al viento. El cadáver de Pedro, el profanador de tumbas, fue sepultado previo exorcismo de los religiosos.

Pero en las versiones escritas de esta leyenda, se sienta que durante muchos años y pese a la intervención de la Iglesia, desde aquella noche vagaron dos seres por demás pavorosos que iban y venían de la casa del profanador de tumbas al cementerio, sembrando terror entre la gente que mencionó que aquellos espectros eran el de la hechicera y el de un hombre, que quienes la desgracia de ver, comentaron de su parecido con aquel Santibáñes que acudía a la cantina de “El ciervo de oro”. Cosas muy extrañas sucedían, que ni la misma ciencia ha podido descifrar

Rezumen y párrafos del texto: LEYENDAS y TRADICIONES DE LA COLONIA. EDITORIAL ÉPOCA, S.A. de C.V.

     

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

  1. www.mdzol.com

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