Baile en el Panteón del Refugio

(20 oct 2017) Leyenda de México. Se cuenta que en el año1860 en nuestro país había guerras sangrientas entre conservadores y liberales, había un capitán llamado Augusto Pavón, este militar con 29 años de edad, era alto, guapo, bigotes rubios, su porte con uniforme, se le veía gallardo, era la admiración de las jóvenes. Era educado con sus amistades, sus hazañas lo hacían popular en la ciudad de Zacatecas.

Había en ese tiempo una fondita llamada La luz de la Aurora, tenía mucha clientela, gracias a la dueña, una morena de 20 años, llena de atractivos que tenía nombre o era su sobrenombre (no se sabe) Amparo de la Felicidad. El lugar era estrecho solo alcanzaba cuatro mesas y seis sillas, en la pared un Santo Cristo que a diario ponía un jarrón de flores. Cerca de la cocina había un perico sobre una estaca, un gato durmiendo en una silla y un perro llamado centinela tirado en la puerta del local.

A diario mucha concurrencia a la hora de la comida y uno de tantos  clientes era el Capitán, objeto de mucha atención de la dueña, también era cliente un empleado de gobierno Juan Ponce que también era muy bien atendido. El Juan Ponce era malicioso, de rostro colorado y de más edad que el militar, los dos se hicieron amigos, los dos personajes, rara ves iban solos, siempre juntos a comer, la familiaridad llegó a estar juntos en los ratos de ocio. Para los dos, la dueña tenía un trato especial, sin embargo ella prefería al capitán, sentía amor por él en secreto, pero él, ni cuenta se daba.

La sobre mesa de los dos se prolongaban

Se prolongaban más de lo debido, especialmente en las noches, hasta horas muy avanzadas a veces les amanecía en sus animadas pláticas, el soldado contando sus hazañas y el otro sus chistes. La dueña Amparito, cantaba cerca de ellos, tenía fama que cantaba bonito, era parte de local que a veces se ponía a cantarles a sus clientes.

Cuando terminaba de cantar y de tocar la guitarra, aplaudían con ganas, varias veces después de cenar con más amigos salían a ver en la ciudad a las guapas zacatecanas, y así se la pasaban en obligación de su trabajo y en parrandas con amigos.

Se hicieron muy amigos, la fondera, el militar y el empleado. La milicia mandó a llamar al capitán Pavón, tenía orden de salir con su regimiento. Se fue a despedir de sus amigos, se dirigió a la fonda estaba su camarada Ponce, el soldado tenía un raro presentimiento, que le pidió a Amparito que le reciba un retrato suyo que un pintor le estaba haciendo y su familia llegaría pronto y por favor que se le diera.

Como despedida por la noche, lo esperaban con una cena, todos los amigos en la fonda. Veía Amparito de la Felicidad que se iba al pozo su amor por el Capitán, pero veía sus utilidades buenas con el negocio por el licor, cuenta que pagaba el soldado, quien lo hacia religiosamente el día de pago.

En la noche fiesta de despedida en la fonda

En la noche se presenta con Ponce y otros oficiales que eran la flor y nata de la sociedad, Había música por la mejor orquesta del momento de la ciudad. Se comió y bebió mucho por el éxito de la compañía que se iba el militar. Cuando el alcohol subió a la cabeza, Amparito estaba en competencia con la orquesta, los asistentes le pidieron al Capitán que hablase de una aventura interesante y él accedió. Juan Ponce como ya estaba “chucuru” con el licor, hace sátira del relato del soldado, dando una polémica de pullas y burlas entre los amigos.

Se acaloró la discusión

Manifiesta el Capitán que su valor nadie lo puede dudar. El Ponce que quiere llevar la broma hasta lo último, propone una apuesta en que cualquiera de los dos muriera, “el difunto, al vivo tendría que hacerle una fiesta en el panteón” en donde estuviera enterrado. Para poner fin a tal discusión, que en lugar de la apuesta que hagan, sea un juramento, Amparito trajo el Cristo Crucificado, el militar de rodillas ante el, todos los comensales riendo, Amparito encendió una vela para el juramento /Juro por dios, que si muero primero, le hare un baile en el panteón a mi amigo Ponce, en donde este sepultado/. Juan Ponce hace lo mismo, de rodillas ante el Cristo con su vela encendida jura por Dios, igual hacerle un baile a su amigo si se va primero.  Fuerte impresión causó, que se les quitó las ganas de seguir celebrando.

Hacía tres meses que se había ido el militar, una tarde llegó un soldado de la noticia de la derrota del regimiento del Capitán Pavón, en que el fallece en la guerra.

Al saber la noticia, se puso a llorar Amparito, vistió de luto. La familia del Capitán que hacía poco que había llegado, tomó empeño para traer su cuerpo a Zacatecas y una vez en la ciudad le dieron cristiana sepultura en el “Panteón de Refugio”. Dispararon balas de salva un contingente de soldados como despedida.

Juan Ponce, no se imaginaba él fin de su querido amigo. Su grupo de amigos no  sabía que había fallecido. 

El Capitán Pavón cumple su promesa

Al día siguiente, fue a la fonda, era el día de su santo de Juan y lo iba a celebrar en su casa, con música, hubo felicitaciones y abrazos, invitó a todos a una fiesta nocturna, en ese momento, coincide que entra el pintor a entregar el retrato del Capitán Pavón a la dueña de la fonda y tenía ordenes de dejarlo ahí. La moza se ve obligada de dar la mala noticia de la tragedia a los amigos que asistían en el local, Ponce recuerda el juramento, y hace gala de su valor con una copa de vino ante el retrato de su amigo y jura que cumplirá lo prometido.

A las 10 de la noche la casa de Ponce, rebosaba de invitados, había baile en su casa, a las 12 de la noche fue la cena, antes de terminar la cena, llaman y una sirvienta fue abrir la puerta. Regresa al comedor,/ Señor Juan, un militar quiere hablar con usted /, -¿no le dio su nombre?-, No, no señor, / es joven o viejo/, - no le vi la cara, esta cubierta con su abrigo de su uniforme, bordado en oro y botas de charol brillante-. –Dígale que hoy no puedo recibirlo, que vuelva mañana-, salió la sirvienta y dio el recado, la criada regresó con Ponce, / señor, insiste en hablar, que si no puede salir, que si le permitiera entrar porque para él es un asunto urgente que tiene que hablar con usted/. Un frio mortal sintió Ponce, que recordó el juramento que hizo hace meses, / déjalo pasar/.

Entra el militar embozado con una capa negra y se sienta en una silla. Ponce le hace preguntas, el no contesta ninguna y sigue tapado su rostro. Los invitados que sabían del juramento hecho en la fonda de Amparito. Todos veían a los dos mientras terminaban de cenar. Cuando se termino la cena, el militar hablo; un juramento hecho hace seis meses ante un Cristo Crucificado y ellos son testigos, me ha hecho levantarme de la tumba para dar testimonio, que con el nombre de Dios no se puede jurar en vano, ahora en nombre de la amistad que tuvimos en vida me acompañes a cumplirlo para que mi alma pueda descansar.

Los invitados estaban petrificados cuando escucharon, Ponce sacó fuerzas, se levanta, toma su sombrero y acompaña al militar, algunos corrieron al balcón para verlos como se iban los dos amigos.

Los dos amigos caminaron hacía el panteón

No hablaron en el camino, al llegar a la plaza de Zamora se detiene Ponce en una tienda de abarrotes. En la planta alta vivía  un sacerdote amigo de Ponce. En la luz se le veía el rostro desencajado de Juan y lúgubre el cuerpo del Capitán Augusto Pavón. Ponce rompe el silencio y pide permiso que va a subir a dar un recado urgente y que no tardaría, el Capitán asentó la cabeza, Ponce ve al cura y lo pone al día de lo que acontece. El sacerdote de momento no le aconsejó nada, cuando cae en cuenta el juramento. No duda que Dios le de permiso al muerto levantarse de la tumba. Ponce se encamina a la Corte Celestial para que lo eximiera del compromiso.

En la calle se oía los pasos del militar que caminaba esperando a Ponce, el cura le dice a Juan, es necesario que acompañes al militar a cumplir el juramento, no era dudarse de que era un alma que vino a cumplir su juramento. Ponce se resuelve afrontar la situación arrodillado hace su confesión de sus culpas y recibió la absolución del sacerdote, este le da un crucifijo y reliquias para aquel trance.

El Capitán, llama a la puerta, Juan siente frio de la muerte, sale, sin decir nada y sigue caminando atraviesan las calles los dos, las del Refugio y Manjaréz, ve Juan mucha claridad en la dirección donde iban, una luz alumbraba el camino, no podía distinguir lo que había detrás de la iluminación.

El Capitán le organizó un baile a su amigo

Ya cerca, una pesada puerta, se abre y se oye notas de música lúgubre, hasta entonces se pudo dar cuenta Ponce que se trataba del Panteón del Refugio, en esas horas el cementerio se convirtió en una sala de baile, algo horrible ofreció a la vista el Capitán, descubrió su rostro, tomo del brazo a Juan Ponce y lo hozo pasar a la fiesta, Juan no era dueño de sus actos y cayó desmayado.

El cura a larga distancia los seguía, vio mucha claridad en los cerros y un haz de luz que alumbraba a los dos. Cuando ya no había luz corrió a ver a Ponce, este estaba acostado en la tierra en las puertas del Panteón del Refugio, el sacerdote ya lo llevó a su casa, todo quedó en calma.

Al día siguiente, fue el chisme de la ciudad, fue dominio publico, aseguraban los serenos, haber visto y oído, ya entada la noche, música y mucha luz en el Panteón del Refugio. Juan Ponce fue popular por mucho tiempo en Zacatecas, la gente ávida de conocer su aventura, lo escuchaban atentos, el hablaba de todos los pormenores de la fiesta de su gran amigo el Capitán Augusto Pavón que le hizo en su honor, que vino a visitarlo desde ultratumba.  

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

  1. www.elsoldezacatecas.com.mx

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