El bien debajo del mal: Del antiguo México

(24 oct 2018) Leyenda de México. La calle de esta leyenda es la 4ª de Emiliano Zapata antes los Siete Príncipes. En una casa pequeña vivía doña Francisca Avendaño, esa casa era del siglo XVI, tenía un portón recio de hierro y mirilla precautoria, en lo alto dos robustas gárgolas que ahí se vertía el agua cuando llovía. Esa casa mostraba aires de nobleza, resignación, de silencio y de paz.

Doña Francisca Avendaño era alta, de cuerpo muy erguida, con ademán suelto y brioso con voz de mando. Doña Francisca hablaba en tono imperativo, le faltaba mas de la mitad de una oreja, había muchas conjeturas por eso. Que se quiso sacudir del yugo de la obediencia y su padre un robusto animalote, se la arrancó de un tirón para domarle la voluntad; que no fue eso, que con un filoso cuchillo se la cercenó un sujeto perdido en amores por la dama y que también le cortó el dedo anular de la mano derecha, donde traía un anillo que le había dado un hombre con quien se iba a casar, pero este se fue a Texas y nunca regresó para casarse con ella. ¿Por qué no regresó a México ese galán?  ¿Porque  se le borró de la memoria doña Francisca? ¿O, tal vez la muerte se le puso en el camino?.

En torno al dedo faltante y la oreja mutilada corría exuberante chismerío tramando historias. Eran el objeto de las lenguas del vecindario novelero. ¿De donde salió, de donde vino  la enlutada doña Francisca a vivir a la calle de los Siete Príncipes?. Todos los de ese barrio la recordaban en esa casa, haciendo una vida simple, recatada , llena de sencillez apacible. Aunque era de empaque duro, altiva de ademanes, de palabra seca y cortante, recibía con agrado a cualquier necesidad que llamase a la puerta y lo sacaba del caos de la aflicción en que se hallaba. Acudía con el remedio en las manos y no en la lengua. Ella mostraba enojo cuando mostraban agradecimiento. Para evitar esto acudía a terceras personas para remediar duelos. A todos ayudaba, tenía a muchos pobres bajo su protección y amparo, siempre les daba cobijo y repartía dadivas al Colegio de la Doncellas conocido como el de las Niñas, Al Colegio de San Ignacio el de las Vizcaínas, al convento llamado de las Bonitas, en estos recogían y educaban a muchas muchachas que pudieran perderse, con las pérfidas asechanzas del mundo. Al convento de Nuestra Señora del Pilar, religiosas de la Enseñanza y Escuela de María; al convento de Indias de la Compañía de María Santísima de Guadalupe y la nueva Enseñanza.

En esta casas doña Francisca era parte principal

Tenía un generoso desprendimiento. Doña Francisca era piadosa, franca y liberal, por su mano expendía su hacienda en obras pías.  

Pero de pronto, ¿qué pasó?, ya no socorría a nadie doña Francisca Avendaño, cerro su bolsa de sus caudales. Estaba más agrio su genio, más áspera, andaba por la casa en un silencio hosco. Era hostil su actitud, a todas horas andaba molesta, regañaba por nada.

Que se le agotaron, las ricas rentas que poseía de sus pasados, porque un abogado ratero, de los que hay en selecta abundancia en la viña del señor, le hizo un puerco chanchullo; le robó mucho dinero, de grande extensiones que le rendían cosechas magníficas. Fueran estas cosas o  fueran otras de mayor cuantía por las que perdió doña Francisca Avendaño sus posesiones, el caso es que la dejaron depauperada, ya no daba lo que era su costumbre para socorrer.

Le dolía a doña Francisca, no poder prestar alivio oportuno a las que hacía mucha caridad. Ya no podía dar, no acudía a los deseos de nadie. Cerro la puerta a la petición. No respondía y se negaba abrir la puerta. La Mutilada, como muchos le decían se había vuelto tacaña, ¿ por qué?. Gentes habladoras murmuraban con malicia que de hecho le faltaba un dedo, que parecía para no dar le faltaba todos  y aun las dos manos enteras. Solo tenía cortada una oreja, pero que no, no solo le cercenaron esa sino las dos y además se las taparon con lodo y quedó sorda a las voces y llantos de los pobres necesitados.

Pero de pronto, ya no fue sorda a la voz, sino que empezó a dar. Volvió a extender las palmas a los pobres, ya tenía de nuevo abiertas las manos a la piedad.

Doña Francisca regresó a dar y mucho

Doña francisca, a menudo salía de México, cosa que antes no salía de su casa, ahora andaba de aquí para allí, por acá y acullá. Pero nadie sabía a que pueblos o ciudades salía con frecuencia ni que cosas hacía. Cuando regresaba de sus andanzas, siempre venía con mucho dinero y rápido lo repartía a los pobres, menesterosos, a los colegios, el de las Doncellas, el de Inditas, la Enseñanza, las Vizcaínas, las Bonitas, a las que no le faltaron la muestras de su amplia caridad.

Un fulano, que también andaba yendo y viniendo por cuestiones comerciales, dijo que había visto a doña Francisca en San Luis Potosí, que estaba vendiendo ciertas joyas y que en otra ocasión la vio en Valladolid ( ahora Morelia) Michoacán, en casa de un platero negociando otras alhajas esplendidas.

¿Alhajas, doña Francisca? No se le conocían muchas, solo algunas cosas, aretes y brazalete. ¿Tendría acaso guardadas para comerciar?, siendo así eran inagotables. Pue no cesaba de viajar por negocios, de los que sacaba buenos dividendos, para proveer de dádivas.

Toda la ciudad se hallaba consternada por los asaltos en las calles

Casi a diario en las calles céntricas asaltaban y robos en las casas principales y de sus pueblos circundantes. No se daba con el ladrón, este maldito estaba sepultado en la oscuridad. Hábiles alguaciles y porquerones (ministros de justicia) buscaban y rebuscaban por todos lados al audaz asaltante, investigaban hasta en los más revueltos escondrijos de la ciudad y no daban con el bandido. Ni siquiera leves indicios, ni huellas para averiguar su paradero. Con sus pesquisas no sacaban nada en claro.

Salía el tal, ejecutaba sus fechorías, y se lo tragaba la tierra

Este infame sujeto de perversa condición, se encontraba con alguno que era trasnochante y rico, procuraba que los dos estuvieran en una calle lejos de la luz del farol, se le ponía frente por frente y le preguntaba la hora, como aquel “legendario don Juan Manuel” o le hacía cualquier otra interrogación el caso era que se detuviese y cuando menos lo pensaba el pacífico y descuidado transeúnte, le venía encima un tremendo puñetazo y luego otro certero con insospechada rapidez, debajo la barba, el cual era infalible para ponerlo en la tierra.

Acto seguido lo despojaba con hábil prontitud del dinero y joyas que llevase encima. Ninguno tenía ocasión de meter siquiera las manos, veces daban un grito, pero con las dos guantadas formidables caían redondos en el suelo. El asaltante huye, se desvanecía en la sombra. Siempre de noche, cazaba en la obscuridad, como las lechuzas. Cuando llegaban los guardafaroles encontraban al sujeto tendido en la calle, medio atolondrado por los fieros bofetones recibidos. Todos los asaltados, decían que era un desconocido, de voz ronca, alto, robusto, de mucho hueso, fornido, forzudo, rápido de movimientos, la prueba de su ligereza estaba clara y patente en la habilidad de aquellas recísimas y rotundas trompadas de troglodita loco. El rostro siempre lo traía cubierto con un antifaz para resguardarse y nadie lo conociera.

Los asaltos ya eran escándalos en la ciudad

Con mucha indignación se supo que se metía este hombre maligno en muchas casas de ricos señores y que robaba cosas de valor, tapices, cuadros, plata labrada, joyas, dinero. Parecía que las monedas y las alhajas, le gritaban donde estaban, las encontraba hasta en lo más oculto de los cajoncillos, arcas y alacenas, no se porque artes diabólicas llegaban estas riquezas a donde él estaba.

Si alguien trataba de impedir el hurto, el listísimo ladrón con dos violentos y desaforados mamporros finiquitaba el asunto y luego a todo correr. Se ocultaba a los ojos de todo el mundo. No osaba aparecer donde fuera visto. En todas las casa de México estaban muy molestos, los alguaciles no aprehendían a ese nefasto asaltador y lo tuvieran en un calabozo. Los alguaciles estaban como mucha ira por no poder agarrar aquel maldito ladrón ya tenían la desesperación porque temían de que se les acabara las esperanzas de hallarlo y prenderlo.

Solo eran atacados trasnochadores ricos

Los alcaldes de la Corte, cargaron la imaginación en fabricar tretas. Como solamente eran atacados los trasnochadores ricos, discurrieron bien en hacer pasar por adinerado señor, venido de Puebla, a un alguacil alto y delgado, de buen gesto y buen parecer, era hábil en el manejo de la espada y el puñal. No había mejor esgrimidor que él.

Este andaba a diario muy pomposo y derrochador, exhibiéndose en todas partes para ver y ser visto en los lugares donde había mucha gente, gastaba como si quisiese agotar su caudal, muy fastuoso y alegre. No le importaba el dinero con tal de estar contento. Lucía vistosos trajes de mucho precio con joyas diferentes cada día, todas ellas de alto costo. Se hacía llamar don Raimundo Sendejas.

Este fingido rico, era trasnochador, noche con noche recorría la ciudad de arriba abajo, las calles más oscuras transitaba.  

Una de tantas dio con el pelafustán con la emboscada.

El fuerte cayó con el fuerte

Don Raimundo entró a una calle en que los faroles apenas iluminaban, cuando vio a uno que trataba de atajárselo. Era ni mas ni menos que el enmascarado forajido a quién con ahínco andaban buscando para condenarlo al rigor de la justicia. Apenas le dijo; “Señor, ¿qué hora es?, cuando don Raimundo le metió en el pecho, toda entera la hoja del puñal para no darle tiempo de que lanzase con rapidez sus bofetadas catastróficas, no tuvo ni tiempo para pedir confesión, pues allí le dio él remate de vida. En un instante la muerte le apartó el alma y el cuerpo.

Echó don Raimundo al aire el agudo y largo silbido de su chiflido y acudieron los de la ronda y a la luz de sus enrejadas linternas vieron al muerto de cuya búsqueda andaban afanados desde muchos meses atrás. Yacía el difunto boca arriba, bañado de su sangre, hasta los zapatos. El sombrero encasquetado le llegaba hasta los ojos, le arrancaron el antifaz y vieron facciones de mujer, también vieron que tenía cortada una oreja en más de la mitad y una de sus manos le faltaba el dedo anular.

Yyy ya.

Rezumen y Parrafos del texto; Historia, tradiciones y leyendas de calles de México/4.

Artemio De Valle-Arispe.

Autor: Elsy Alonzo

Aficionada a la lectura y escritura en especial a temas de leyendas.

Fuentes de información

  1. www.revistadelauniversidad.unam.mx

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